En el matrimonio hay tanto que hacer, que no sabemos
siquiera por dónde empezar. Y es justamente ahí cuando Pablo nos dice:
«Empiecen por lo básico pero fundamental, amando a su esposa como Dios nos ha
amado en Jesús, y todo lo demás vendrá por añadidura», «Pablo se dio cuenta de que al instituir Dios el primer matrimonio
de la historia de la humanidad, ya tenía a Cristo y a Su iglesia en mente. De
hecho, es uno de los grandes propósitos de Dios en Su proyecto de unión entre
el sacrificio de Cristo y Su pueblo redimido.
Ese es el verdadero secreto, que el evangelio de Jesús y la institución del matrimonio están mutuamente
relacionados.
¿Qué es entonces necesario para que el matrimonio
funcione? Conocer, desde luego, su secreto; esto es, su íntima relación con el
evangelio, y cómo este ofrece poder y ejemplo para la relación marital. Así, la
experiencia del matrimonio pondrá de relieve la belleza y la profundidad del
evangelio, fomentando con ello una plena confianza por parte nuestra.
El matrimonio es el vehículo idóneo para remodelar
nuestros corazones de dentro hacia fuera, proporcionando sólido fundamento a
una vida compartida. El matrimonio es a la vez doloroso y maravilloso por ser
reflejo del evangelio, relación en la que se aúnan de forma singular ambas
cualidades. El evangelio revela una verdad sorprendente: somos pecadores en una
medida que no nos atrevemos a reconocer, y al mismo tiempo somos amados y
aceptados por Jesús como jamás pudimos imaginar.
El amor que no va acompañado de la verdad es mero
sentimentalismo; nos reafirma y nos da aliento, pero sin hacernos reconocer
nuestras faltas.
Los momentos duros y difíciles del matrimonio pueden
hacernos experimentar ese amor de Dios para transformación, mientras que las
experiencias positivas en pareja también servirán para transformarnos
humanamente.
El evangelio puede llenar nuestros corazones con el amor
de Dios, algo que nos ayuda a superar crisis de pareja en las que nuestra
esposa o esposo no nos ama como debería, con la ventaja añadida de poder ver
los defectos de nuestra pareja en su auténtica dimensión, comentarlos y, aun
así, amar y aceptar a nuestra pareja.
La marca final distintiva de la plenitud en el Espíritu
es, pues, la ausencia de orgullo y la renuncia al propio interés, lo que lleva
a querer servir a los demás con humildad y deferencia.
Tenemos que aprender entonces a servir primero a los
demás, ayudados por el Espíritu, para poder hacer frente con éxito a los retos
y dificultades del matrimonio. Es por eso que es tan importante una soltería
consciente, el saber aprovechar este tiempo sabiamente para formarnos en pos de
tener un matrimonio que realmente glorifique al Señor.
Efesios 5:18 nos insta a literalmente, «ser llenos del
Espíritu», como algo necesario en nuestra renovación de forma permanente. Sin
la llenura del Espíritu Santo caminar de la mano tan estrechamente con otro
pecador no será una tarea fácil.
Los creyentes debemos aprender por fin que el adorar a
Dios con todo el corazón, teniendo la plena seguridad de Su amor en virtud de
la obra de Cristo, es lo que llena el depósito de nuestra alma para vivir la
realidad presente. De manera que, si lo que esperamos es recibir esa llenura de
nuestra pareja, cuando esto es algo que tan solo viene de Dios, estaremos
esperando lo imposible.
En Filipenses 2: 2-3, Pablo afirma que los cristianos
estamos llamados a, «con humildad,
considerar a los demás como superiores a nosotros mismos» esto quiere decir
que debemos tener en cuenta los intereses ajenos por encima de los nuestros.
Es una realidad, que nos cuesta bastante en las
relaciones con los amigos, la familia y los hermanos en la fe, anteponer los
intereses ajenos a los propios, buscando complacerles antes que darnos gusto a
nosotros mismos. Pero aplicar esos mismos principios a la relación de pareja en
el matrimonio significa ponerlos en práctica en su forma más intensa.
De manera que tenemos tres alternativas:
a.
Se puede servir al otro con alegría
b.
Se
puede hacer con resentimiento
c.
Se
puede insistir egoístamente en que impere la propia voluntad.
La primera alternativa es la única que puede permitir
que la relación de pareja perdure y prospere. Pero ¡cuán difícil y duro puede
ser llegar a conseguirlo!
El mensaje cristiano de pura gracia debería llevarnos a ser humildes y a entender que no
servimos y amamos a los demás por el beneficio que podamos obtener de ellos o
por algo especial que puedan tener, sencillamente les amamos y les servimos
porque el Señor ha hecho lo mismo con nosotros aun cuando estábamos muertos en
delitos y pecados.
Por eso, esa dificultad de poner a los otros por encima
de nuestros deseos y necesidades es lo que en verdad nos enseña es que somos
seres pecadores centrados en nosotros mismos.
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