Parte de la relación estrecha que tiene el matrimonio con la
relación de Cristo y la iglesia es que en él se puede ser plenamente conocido y
ser verdaderamente amado, y esto por increíble que pueda parecer, es muy
parecido a ser amado por Dios.
La norma que rige para todos sin excepción es extremadamente
simple. No perdamos el tiempo planteándonos si «amamos» a nuestro prójimo;
actuemos de inmediato como si en verdad fuera así, cuando nos comportamos como
si amáramos a alguien, sucede que acabamos amando de verdad a esa persona. Si
afrentamos a alguien que nos desagrada, nos desagradará aún más. Si la tratamos
bien, el rechazo decrecerá…
En la sociedad actual, los sentimientos son la base previa a
todo comportamiento amoroso. Y esa puede ser, sin duda, una verdad muy grande.
Pero incluso es más cierto todavía que toda acción realizada por amor puede
acabar generando sentimientos genuinamente amorosos.
Nuestra cultura exalta la pasión romántica y, cuando las
cosas se tuercen, lo primero que decimos es: «Si esta fuera la persona idónea
con quien casarme, mis sentimientos no serían tan fluctuantes». Dejamos
nuestras decisiones más importantes a merced de nuestros sentimientos, en lugar
de orientar nuestros sentimientos sobre la base de las decisiones ,as
importantes que debemos tomar.
En cualquier posible relación, habrá momentos de angustiosa
incertidumbre en los que los sentimientos parecerán estar por completo
ausentes. Y cuando eso suceda, será necesario recordar que, en esencia, el
matrimonio es un pacto, una alianza y una promesa de amor con proyección
futura.
¿Qué hacer, pues, a la vista de todo esto? Sencillamente,
llevar a cabo actos de amor, a pesar del presente estado de ánimo. Puede, sin
duda, que no sintamos afecto, ternura, simpatía o deseos de agradar, pero, aun
así, y pese a ello, las acciones tendrán que estar presididas por el afecto, la
ternura, la simpatía y el deseo de agradar y ser de ayuda. Si persistimos en
esa conducta, el paso del tiempo no solo te ayudará a superar esos baches, sino
que serán menos frecuentes y menos profundos, incrementándose en cambio la
constancia en los sentimientos positivos.
No podemos ver el matrimonio de la forma en la que lo ve el
mundo, como una relación comercial un “gana, gana” en una relación comercial si
los rendimientos no son buenos dejamos de invertir. Si mi esposo no es el
esposo que yo esperaba, sencillamente dejaré de esforzarme por ser la esposa que
debiera. Solución que parece totalmente justa. «El ya no se comporta como
solía. ¿Por qué yo he de hacerlo? Si no estoy obteniendo lo que debería, no
tengo por qué seguir invirtiendo en ello». Y nos convencemos de que estamos
haciendo lo justo y equitativo. Pero el fondo es de mezquina revancha.
El hijo recién nacido es una criatura que precisa todo
posible cuidado y atención. Nos necesita cada minuto, las veinticuatro horas
del día, siete días a la semana. Haces enormes sacrificios en tu vida y, aun
así, esa criatura no te ofrece nada a cambio hasta pasado un tiempo.
Aun así, tu sigues cuidándolo, sustentándolo y protegiéndolo,
¿por qué razón? Porque tienes un estrecho compromiso con ese ser que acaba de
llegar a tu vida, sin importar que recibas a cambio lo darás todo por el
bienestar de ese pequeño, bueno esa misma fórmula de entrega es la que debemos
aplicar en nuestro matrimonio.
La clave para entender la relación que existe entre Cristo y
la Iglesia y el matrimonio es esa, Cristo nos amó, nos limpió, nos perdonó y
nos sustenta aun sabiendo que nosotros somos incapaces de darle algo bueno,
sabiendo que continuamente le fallamos. Él nos conoce plenamente, conoce
nuestros errores, nuestras debilidades, nuestro pecado, pero aun así nos ama.
De esa misma forma debe funcionar nuestro matrimonio, con la
misma entrega, capacidad de perdonar, de amar y de esperar. Aun conociendo
todas las debilidades, pecado y falencias que tenga nuestro conyugue,
soportando con amor y paciencia sus errores, sustentándolo física y
espiritualmente, derramando sobre el todo aquello que a diario y sin falta
recibimos de Cristo.
¡El día que Cristo deje de amar a su
iglesia podrás dejar de amar a tu esposo!*
*Frase de Jhon Piper
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