martes, 20 de octubre de 2015

Sumisión y Sujeción, desde antes de la fundación del mundo!



“Someteos unos a otros en el temor de Dios. Las casadas estén sujetas a sus propios maridos, como al Señor” Efesios 5:21-22
Cuando hablas de la sumisión que una mujer debe tenerle a su esposo en este siglo, no se hacen esperar las voces que te tachan de machista, retrógrada, anticuada y demás. Y no me refiero a un contexto secular únicamente, porque tristemente en nuestros países latinoamericanos tenemos tan poco conocimiento escritural y estamos tan bombardeados de tendencias liberales en la iglesia, que también nos cuesta comprenderlo.
Por eso quiero que veamos que significa la palabra sumisión, en el contexto bíblico, para que seamos enriquecidas y podamos vivir la palabra realmente.
Cuando pensamos en sumisión, sujeción o subordinación, siempre pensamos en una posición inferior, consideramos que aquel que se somete o está subordinado, está bajo la autoridad de una persona, porque no tiene los mismos privilegios, capacidades o posición. Pero allí es donde comienza nuestro error, pues no podemos ver la palabra sumisión o subordinación como lo hace nuestra cultura, ya que nuestra perspectiva siempre debe ser bíblica.
Debemos comprender que los papeles establecidos para el hombre y la mujer en la iglesia y en la familia, no son prejuicios culturales, son principios bíblicos. Y negar estos principios, seria negar la autoridad y veracidad de las escrituras.
Ni el hombre es superior a la mujer, ni la mujer es superior al hombre, ante Dios los dos son iguales en importancia, iguales en su ser. (Gálatas 3:28-29)
La escritura siempre nos presenta figuras cotidianas que representan verdades espirituales, es el caso del matrimonio, por ejemplo, que nos señala el amor de Cristo por su iglesia; de esta misma manera el principio de autoridad y sujeción entre el hombre y la mujer refleja una verdad superior que trasciende a la relación entre los géneros, y esta es la relación entre las personas de la Trinidad.
Entre los miembros de la trinidad vemos una relación perfecta de sometimiento, sumisión y sujeción; todos sus miembros son iguales en importancia, naturaleza, atributos y  merecen la misma gloria y honor; pero también vemos que cada uno tiene un rol o papel diferente que desempeñar en cuanto al plan de redención:
El Padre envió a su hijo para ser el autor y consumador de ese plan perfecto llamado redención (Juan 3:16), el hijo siendo igual en gloria y honor, se despojó de todo ello (Filipenses 2:7) para encarnarse y llevar a cabo el plan de su padre.
Durante todo su ministerio Cristo nos dejó en claro que su propósito era hacer la voluntad del padre (Juan 4:34), siendo El Dios mismo, siempre estuvo sujeto al Padre y siempre se deleitó en hacer su voluntad (Juan 6:38).
El Espíritu Santo, vino a ser el consolador, vendría enviado en nombre de Cristo (Juan 14:16), su papel seria recordar las palabras de Jesús, consolar, confortar (Juan 14:16). El mismo sería la garantía de las promesas del Padre y del Hijo.
En la persona de la Trinidad, vemos que el hijo esta sujeto al Padre y que el Espíritu Santo está sujeto al Padre y al Hijo. Podríamos decir entonces, que ¿el Espíritu Santo es inferior al Padre y al Hijo?,  ¿No declara la escritura que la trinidad es Dios en tres personas?
Si la Trinidad nos proporciona un claro ejemplo de lo que son los roles, la sujeción, la sumisión voluntaria y el importante papel que tiene cada uno de sus miembros, ¿Por qué hemos de menospreciar entonces los roles dados al hombre y a la mujer?
El papel del varón es el de cuidar, amar y sustentar a su esposa, así como Cristo lo hace con la iglesia, él tiene el papel de dirigir, guiar, enseñar, no solamente en su hogar sino también en la iglesia. Es un rol que demanda mucha responsabilidad y por lo cual él será llamado a rendir cuentas, pues es Cristo mismo la cabeza del varón; o acaso ¿Olvidamos que el Señor se dirigió primero a Adán, aquel día nefasto en el Edén?
En tanto, el papel de la mujer es el de apoyar al varón, cuidar y enseñar a sus hijos. Su función es cuidar, sostener, amar.  Ella tiene un papel como el de Cristo en la trinidad pues está sujeta a su esposo, pero también es ese soporte y consuelo, como lo es el Espíritu Santo.
No debemos olvidar que la caída tuvo efectos devastadores en todo cuanto conocemos, en todo cuanto fue creado, por eso mismo, estas relaciones que fueron concebidas para dar un orden y armonía a la humanidad hoy las vemos empañadas y quebradas como consecuencia del pecado.
Hoy vemos que muchos hombres no quieren tomar su papel de autoridad, de liderazgo y otros quieren hacerlo por la fuerza, menospreciando y maltratando a la mujer; nosotras a su vez queremos luchar por ese papel de autoridad a toda costa, ese espíritu rebelde del Edén, nos acompaña y nos impide someternos en amor a nuestros esposos y al orden y autoridad de la iglesia.
Pero esto no quiere decir que ese efecto devastador del pecado deba seguir acompañándonos, pues en Cristo somos una nueva creación, él ha hecho todas las cosas nuevas.
Así que vivamos como nos enseña el Señor a través del apóstol Pablo permaneciendo con sensatez en la fe, el amor y la santidad (1 Timoteo 2:15) vivamos como mujeres que aman la piedad, que entienden y honran el plan perfecto de Dios para la familia y la iglesia, seamos ese reflejo glorioso del amor que no se envanece y que no busca lo suyo, dejemos de buscar nuestra propia gloria y busquemos la gloria de Dios, pues El a su tiempo se encargara de que ¡Sean reconocidos sus logros, y públicamente alabadas sus obras! (Proverbios 31:31)

**Escrito para MujerIdonea.com

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