jueves, 25 de mayo de 2017

El Gran Misterio Parte 3: El Desafío



EL DESAFÍO

el matrimonio es el mejor ejercicio en el que hacemos que lo que creemos con la cabeza se viva en el corazón.

Por eso el principal obstáculo en la consecución de un corazón dispuesto a servir en el matrimonio es el egocentrismo que se anida en el corazón humano, Pablo insiste en varios de sus escritos en que el amor es lo opuesto a «buscar un beneficio propio»

El egocentrismo se manifiesta en múltiples formas: impaciencia, irritabilidad, envidia, trato desabrido, ausencia de compasión ante el mal ajeno y un espíritu de rencor que no olvida las ofensas, se reacciona ante el egocentrismo ajeno activando el propio. ¿Por qué es así? El egocentrismo, por su propia esencia, hace que no lo reconozcamos personalmente; en cambio, nos mostramos hipersensibles ante su presencia en los demás, suscitando un enfado ofensivo y provocador.

La resultante es siempre una espiral descendente hacia la autocompasión, la irritabilidad y la desesperanza, pudiendo quedar afectada la relación hasta el punto incluso de disolverse. Pero el evangelio, incorporado a nuestra vida por la acción del Espíritu, puede llevarnos felizmente a ser humildes, con una plenitud interna que nos libera para ser generosos con los demás, incluso en momentos y situaciones que no nos dan la alegría y satisfacción que esperábamos. Sin la ayuda del Espíritu Santo, sin llenar el alma de la gloria y el amor del Señor, esa sumisión ante los intereses ajenos es virtualmente imposible ponerla en práctica de forma prolongada y sin resentimiento.

La profunda felicidad que puede vivirse en el matrimonio tiene gran parte de su fundamento en la renuncia generosa al propio yo con la ayuda del Espíritu Santo. La verdadera felicidad se descubre en la prioridad que damos a las necesidades de nuestra pareja, prioridad que es respuesta voluntaria ante lo que Jesús ha hecho por nosotros.

Los creyentes debemos servir a las personas en vez de usarlas.
fuimos creados para adorar a Dios y vivir para Su gloria, no para la nuestra.

Fuimos, pues, creados para servir a Dios y a nuestro prójimo.

«Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa, la encontrará» (Mat. 16: 25). La esencia de su mensaje es, pues: «Si buscas tu felicidad antes que buscarme a mí, no conseguirás nada de ello; en cambio, si buscas primero servirme a mí por encima de tu felicidad, obtendrás ambas cosas».

¿Por qué es esto así? Por la sencilla razón de que el matrimonio ha sido «instituido por Dios». Un Dios para el que el amor en entrega de sí mismo es atributo esencial y reflejo de Su naturaleza, de forma muy particular en lo que revela la obra de Cristo.

Y él murió por todos, para que los que viven ya no vivan para sí, sino para el que murió por ellos y fue resucitado. (2 Cor. 5: 15) Cristo nos capacita para dejar de vivir para nosotros y nos permite vivir para El, contrario a esto encontramos la esencia del pecado, según nos informa la Biblia: vivir para nosotros antes que para Dios y las personas que nos rodean.

Así que podemos resumir la totalidad de la Ley, esto es, la voluntad expresa de Dios para nuestras vidas, en dos grandes mandamientos: amar a Dios y vivir para Él en lugar de vivir para nosotros, y amar a las personas anteponiendo las necesidades ajenas a las nuestras (Mat. 22: 37-40).

Es vital para nosotros comprender esta verdad que se encuentra a lo largo de toda la escritura, fuimos creados para vivir para Dios, solamente en Dios encontraremos todo aquello que incansablemente busca nuestra alma, esa llenura, esa plenitud, esa paz, solamente la podremos encontrar en Cristo, si la buscamos en otro lugar solamente nos encontraremos tratando de llenar una cisterna rota.

Las mujeres constantemente estamos buscando el amor, tenemos una necesidad de sentirnos amadas, pero solo con cristo podemos sentirnos amadas de manera tan profunda que cuando alguien nos causa un perjuicio podemos ser generosos y capaces de perdonar.

Si me planteo el matrimonio como el medio para llenar el vacío espiritual que corresponde llenar a Dios, no estaré en verdadera disposición de servir a mi esposo. El lugar de Dios solo Él lo puede ocupar. Mientras Dios no disponga en mi vida del lugar que le corresponde, seguiré quejándome de que él no me ama lo suficiente, que no me respeta como debiera y que no me apoya como yo necesito.

Por eso en la actualidad el matrimonio padece de grandes confusiones, porque se le dan otros fines distintos para los cuales él fue instituido, por ejemplo, es muy posible sentir que uno está «locamente enamorado», cuando en realidad no deja de ser mera atracción por alguien que satisface nuestras necesidades, nos ofrece refugio en las inseguridades y da respuesta a nuestras interrogantes.

En Efesios 5: 31, Pablo evoca la noción de pacto citando Génesis 2: 24, que quizás sea el texto mejor conocido de todo el Antiguo Testamento en relación al matrimonio.

En el original hebreo, el verbo que nosotros traducimos por «unir» tiene la fuerza de una auténtica fusión, de algo que, una vez unido, no es posible separar. En otros textos de la Biblia, ese término se aplica a la unión producida por un pacto, por una promesa vinculante o por un juramento formal.

En Malaquías 2: 14, se le dice al hombre que su esposa «es tu compañera, la esposa de tu pacto» (comp. Ezeq. 16: 8). Proverbios 2: 17 dice de la mujer que se desvía de su marido que «olvidándose de su pacto con Dios, abandona al compañero de su juventud». El pacto entre marido y mujer tiene lugar «ante Dios», formando Él parte del mismo. Quebrantar el voto pronunciado afrenta a Dios por igual.


En el matrimonio nuestros votos y promesas suben en «vertical», para luego reafirmarse en lo «horizontal», por eso el matrimonio es el más profundo de los pactos humanos.

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