sábado, 27 de mayo de 2017

El gran Misterio Parte 4: Tiempo de Amar


Parte de la relación estrecha que tiene el matrimonio con la relación de Cristo y la iglesia es que en él se puede ser plenamente conocido y ser verdaderamente amado, y esto por increíble que pueda parecer, es muy parecido a ser amado por Dios.

La norma que rige para todos sin excepción es extremadamente simple. No perdamos el tiempo planteándonos si «amamos» a nuestro prójimo; actuemos de inmediato como si en verdad fuera así, cuando nos comportamos como si amáramos a alguien, sucede que acabamos amando de verdad a esa persona. Si afrentamos a alguien que nos desagrada, nos desagradará aún más. Si la tratamos bien, el rechazo decrecerá…

En la sociedad actual, los sentimientos son la base previa a todo comportamiento amoroso. Y esa puede ser, sin duda, una verdad muy grande. Pero incluso es más cierto todavía que toda acción realizada por amor puede acabar generando sentimientos genuinamente amorosos.
Nuestra cultura exalta la pasión romántica y, cuando las cosas se tuercen, lo primero que decimos es: «Si esta fuera la persona idónea con quien casarme, mis sentimientos no serían tan fluctuantes». Dejamos nuestras decisiones más importantes a merced de nuestros sentimientos, en lugar de orientar nuestros sentimientos sobre la base de las decisiones ,as importantes que debemos tomar.

En cualquier posible relación, habrá momentos de angustiosa incertidumbre en los que los sentimientos parecerán estar por completo ausentes. Y cuando eso suceda, será necesario recordar que, en esencia, el matrimonio es un pacto, una alianza y una promesa de amor con proyección futura.
¿Qué hacer, pues, a la vista de todo esto? Sencillamente, llevar a cabo actos de amor, a pesar del presente estado de ánimo. Puede, sin duda, que no sintamos afecto, ternura, simpatía o deseos de agradar, pero, aun así, y pese a ello, las acciones tendrán que estar presididas por el afecto, la ternura, la simpatía y el deseo de agradar y ser de ayuda. Si persistimos en esa conducta, el paso del tiempo no solo te ayudará a superar esos baches, sino que serán menos frecuentes y menos profundos, incrementándose en cambio la constancia en los sentimientos positivos.

No podemos ver el matrimonio de la forma en la que lo ve el mundo, como una relación comercial un “gana, gana” en una relación comercial si los rendimientos no son buenos dejamos de invertir. Si mi esposo no es el esposo que yo esperaba, sencillamente dejaré de esforzarme por ser la esposa que debiera. Solución que parece totalmente justa. «El ya no se comporta como solía. ¿Por qué yo he de hacerlo? Si no estoy obteniendo lo que debería, no tengo por qué seguir invirtiendo en ello». Y nos convencemos de que estamos haciendo lo justo y equitativo. Pero el fondo es de mezquina revancha.

El hijo recién nacido es una criatura que precisa todo posible cuidado y atención. Nos necesita cada minuto, las veinticuatro horas del día, siete días a la semana. Haces enormes sacrificios en tu vida y, aun así, esa criatura no te ofrece nada a cambio hasta pasado un tiempo.
Aun así, tu sigues cuidándolo, sustentándolo y protegiéndolo, ¿por qué razón? Porque tienes un estrecho compromiso con ese ser que acaba de llegar a tu vida, sin importar que recibas a cambio lo darás todo por el bienestar de ese pequeño, bueno esa misma fórmula de entrega es la que debemos aplicar en nuestro matrimonio.
La clave para entender la relación que existe entre Cristo y la Iglesia y el matrimonio es esa, Cristo nos amó, nos limpió, nos perdonó y nos sustenta aun sabiendo que nosotros somos incapaces de darle algo bueno, sabiendo que continuamente le fallamos. Él nos conoce plenamente, conoce nuestros errores, nuestras debilidades, nuestro pecado, pero aun así nos ama.
De esa misma forma debe funcionar nuestro matrimonio, con la misma entrega, capacidad de perdonar, de amar y de esperar. Aun conociendo todas las debilidades, pecado y falencias que tenga nuestro conyugue, soportando con amor y paciencia sus errores, sustentándolo física y espiritualmente, derramando sobre el todo aquello que a diario y sin falta recibimos de Cristo.


¡El día que Cristo deje de amar a su iglesia podrás dejar de amar a tu esposo!*

*Frase de Jhon Piper

jueves, 25 de mayo de 2017

El Gran Misterio Parte 3: El Desafío



EL DESAFÍO

el matrimonio es el mejor ejercicio en el que hacemos que lo que creemos con la cabeza se viva en el corazón.

Por eso el principal obstáculo en la consecución de un corazón dispuesto a servir en el matrimonio es el egocentrismo que se anida en el corazón humano, Pablo insiste en varios de sus escritos en que el amor es lo opuesto a «buscar un beneficio propio»

El egocentrismo se manifiesta en múltiples formas: impaciencia, irritabilidad, envidia, trato desabrido, ausencia de compasión ante el mal ajeno y un espíritu de rencor que no olvida las ofensas, se reacciona ante el egocentrismo ajeno activando el propio. ¿Por qué es así? El egocentrismo, por su propia esencia, hace que no lo reconozcamos personalmente; en cambio, nos mostramos hipersensibles ante su presencia en los demás, suscitando un enfado ofensivo y provocador.

La resultante es siempre una espiral descendente hacia la autocompasión, la irritabilidad y la desesperanza, pudiendo quedar afectada la relación hasta el punto incluso de disolverse. Pero el evangelio, incorporado a nuestra vida por la acción del Espíritu, puede llevarnos felizmente a ser humildes, con una plenitud interna que nos libera para ser generosos con los demás, incluso en momentos y situaciones que no nos dan la alegría y satisfacción que esperábamos. Sin la ayuda del Espíritu Santo, sin llenar el alma de la gloria y el amor del Señor, esa sumisión ante los intereses ajenos es virtualmente imposible ponerla en práctica de forma prolongada y sin resentimiento.

La profunda felicidad que puede vivirse en el matrimonio tiene gran parte de su fundamento en la renuncia generosa al propio yo con la ayuda del Espíritu Santo. La verdadera felicidad se descubre en la prioridad que damos a las necesidades de nuestra pareja, prioridad que es respuesta voluntaria ante lo que Jesús ha hecho por nosotros.

Los creyentes debemos servir a las personas en vez de usarlas.
fuimos creados para adorar a Dios y vivir para Su gloria, no para la nuestra.

Fuimos, pues, creados para servir a Dios y a nuestro prójimo.

«Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa, la encontrará» (Mat. 16: 25). La esencia de su mensaje es, pues: «Si buscas tu felicidad antes que buscarme a mí, no conseguirás nada de ello; en cambio, si buscas primero servirme a mí por encima de tu felicidad, obtendrás ambas cosas».

¿Por qué es esto así? Por la sencilla razón de que el matrimonio ha sido «instituido por Dios». Un Dios para el que el amor en entrega de sí mismo es atributo esencial y reflejo de Su naturaleza, de forma muy particular en lo que revela la obra de Cristo.

Y él murió por todos, para que los que viven ya no vivan para sí, sino para el que murió por ellos y fue resucitado. (2 Cor. 5: 15) Cristo nos capacita para dejar de vivir para nosotros y nos permite vivir para El, contrario a esto encontramos la esencia del pecado, según nos informa la Biblia: vivir para nosotros antes que para Dios y las personas que nos rodean.

Así que podemos resumir la totalidad de la Ley, esto es, la voluntad expresa de Dios para nuestras vidas, en dos grandes mandamientos: amar a Dios y vivir para Él en lugar de vivir para nosotros, y amar a las personas anteponiendo las necesidades ajenas a las nuestras (Mat. 22: 37-40).

Es vital para nosotros comprender esta verdad que se encuentra a lo largo de toda la escritura, fuimos creados para vivir para Dios, solamente en Dios encontraremos todo aquello que incansablemente busca nuestra alma, esa llenura, esa plenitud, esa paz, solamente la podremos encontrar en Cristo, si la buscamos en otro lugar solamente nos encontraremos tratando de llenar una cisterna rota.

Las mujeres constantemente estamos buscando el amor, tenemos una necesidad de sentirnos amadas, pero solo con cristo podemos sentirnos amadas de manera tan profunda que cuando alguien nos causa un perjuicio podemos ser generosos y capaces de perdonar.

Si me planteo el matrimonio como el medio para llenar el vacío espiritual que corresponde llenar a Dios, no estaré en verdadera disposición de servir a mi esposo. El lugar de Dios solo Él lo puede ocupar. Mientras Dios no disponga en mi vida del lugar que le corresponde, seguiré quejándome de que él no me ama lo suficiente, que no me respeta como debiera y que no me apoya como yo necesito.

Por eso en la actualidad el matrimonio padece de grandes confusiones, porque se le dan otros fines distintos para los cuales él fue instituido, por ejemplo, es muy posible sentir que uno está «locamente enamorado», cuando en realidad no deja de ser mera atracción por alguien que satisface nuestras necesidades, nos ofrece refugio en las inseguridades y da respuesta a nuestras interrogantes.

En Efesios 5: 31, Pablo evoca la noción de pacto citando Génesis 2: 24, que quizás sea el texto mejor conocido de todo el Antiguo Testamento en relación al matrimonio.

En el original hebreo, el verbo que nosotros traducimos por «unir» tiene la fuerza de una auténtica fusión, de algo que, una vez unido, no es posible separar. En otros textos de la Biblia, ese término se aplica a la unión producida por un pacto, por una promesa vinculante o por un juramento formal.

En Malaquías 2: 14, se le dice al hombre que su esposa «es tu compañera, la esposa de tu pacto» (comp. Ezeq. 16: 8). Proverbios 2: 17 dice de la mujer que se desvía de su marido que «olvidándose de su pacto con Dios, abandona al compañero de su juventud». El pacto entre marido y mujer tiene lugar «ante Dios», formando Él parte del mismo. Quebrantar el voto pronunciado afrenta a Dios por igual.


En el matrimonio nuestros votos y promesas suben en «vertical», para luego reafirmarse en lo «horizontal», por eso el matrimonio es el más profundo de los pactos humanos.

martes, 23 de mayo de 2017

El Gran Misterio Parte 2: Por donde Comenzar


En el matrimonio hay tanto que hacer, que no sabemos siquiera por dónde empezar. Y es justamente ahí cuando Pablo nos dice: «Empiecen por lo básico pero fundamental, amando a su esposa como Dios nos ha amado en Jesús, y todo lo demás vendrá por añadidura», «Pablo se dio cuenta de que al instituir Dios el primer matrimonio de la historia de la humanidad, ya tenía a Cristo y a Su iglesia en mente. De hecho, es uno de los grandes propósitos de Dios en Su proyecto de unión entre el sacrificio de Cristo y Su pueblo redimido.
Ese es el verdadero secreto, que el evangelio de Jesús y la institución del matrimonio están mutuamente relacionados.

¿Qué es entonces necesario para que el matrimonio funcione? Conocer, desde luego, su secreto; esto es, su íntima relación con el evangelio, y cómo este ofrece poder y ejemplo para la relación marital. Así, la experiencia del matrimonio pondrá de relieve la belleza y la profundidad del evangelio, fomentando con ello una plena confianza por parte nuestra.
El matrimonio es el vehículo idóneo para remodelar nuestros corazones de dentro hacia fuera, proporcionando sólido fundamento a una vida compartida. El matrimonio es a la vez doloroso y maravilloso por ser reflejo del evangelio, relación en la que se aúnan de forma singular ambas cualidades. El evangelio revela una verdad sorprendente: somos pecadores en una medida que no nos atrevemos a reconocer, y al mismo tiempo somos amados y aceptados por Jesús como jamás pudimos imaginar.

El amor que no va acompañado de la verdad es mero sentimentalismo; nos reafirma y nos da aliento, pero sin hacernos reconocer nuestras faltas.

Los momentos duros y difíciles del matrimonio pueden hacernos experimentar ese amor de Dios para transformación, mientras que las experiencias positivas en pareja también servirán para transformarnos humanamente.
El evangelio puede llenar nuestros corazones con el amor de Dios, algo que nos ayuda a superar crisis de pareja en las que nuestra esposa o esposo no nos ama como debería, con la ventaja añadida de poder ver los defectos de nuestra pareja en su auténtica dimensión, comentarlos y, aun así, amar y aceptar a nuestra pareja.

La marca final distintiva de la plenitud en el Espíritu es, pues, la ausencia de orgullo y la renuncia al propio interés, lo que lleva a querer servir a los demás con humildad y deferencia.
Tenemos que aprender entonces a servir primero a los demás, ayudados por el Espíritu, para poder hacer frente con éxito a los retos y dificultades del matrimonio. Es por eso que es tan importante una soltería consciente, el saber aprovechar este tiempo sabiamente para formarnos en pos de tener un matrimonio que realmente glorifique al Señor.

Efesios 5:18 nos insta a literalmente, «ser llenos del Espíritu», como algo necesario en nuestra renovación de forma permanente. Sin la llenura del Espíritu Santo caminar de la mano tan estrechamente con otro pecador no será una tarea fácil.

Los creyentes debemos aprender por fin que el adorar a Dios con todo el corazón, teniendo la plena seguridad de Su amor en virtud de la obra de Cristo, es lo que llena el depósito de nuestra alma para vivir la realidad presente. De manera que, si lo que esperamos es recibir esa llenura de nuestra pareja, cuando esto es algo que tan solo viene de Dios, estaremos esperando lo imposible.

En Filipenses 2: 2-3, Pablo afirma que los cristianos estamos llamados a, «con humildad, considerar a los demás como superiores a nosotros mismos» esto quiere decir que debemos tener en cuenta los intereses ajenos por encima de los nuestros.

Es una realidad, que nos cuesta bastante en las relaciones con los amigos, la familia y los hermanos en la fe, anteponer los intereses ajenos a los propios, buscando complacerles antes que darnos gusto a nosotros mismos. Pero aplicar esos mismos principios a la relación de pareja en el matrimonio significa ponerlos en práctica en su forma más intensa.
De manera que tenemos tres alternativas:

a.   Se puede servir al otro con alegría
b.   Se puede hacer con resentimiento
c.   Se puede insistir egoístamente en que impere la propia voluntad.

La primera alternativa es la única que puede permitir que la relación de pareja perdure y prospere. Pero ¡cuán difícil y duro puede ser llegar a conseguirlo!

El mensaje cristiano de pura gracia debería llevarnos a ser humildes y a entender que no servimos y amamos a los demás por el beneficio que podamos obtener de ellos o por algo especial que puedan tener, sencillamente les amamos y les servimos porque el Señor ha hecho lo mismo con nosotros aun cuando estábamos muertos en delitos y pecados.

Por eso, esa dificultad de poner a los otros por encima de nuestros deseos y necesidades es lo que en verdad nos enseña es que somos seres pecadores centrados en nosotros mismos.

lunes, 22 de mayo de 2017

El Gran Misterio Parte 1



Pablo en el libro de los efesios, principalmente, se refiere al matrimonio como el gran misterio, haciendo referencia a la unión de Cristo con la Iglesia Efesios 5:32


Para muchos hoy en día esta unión sigue siendo un gran misterio, pues no logran entender la comparación que establece la escritura entre una unión divina como la del Señor con su iglesia y la de dos pecadores en el matrimonio; sin embargo, de la buena comprensión de esta comparación que el apóstol Pablo realiza, de esta unión divina; dependerá en gran manera la importancia que le demos al pacto matrimonial, y a nuestros roles y compromisos en él.

De manera que a partir de hoy dedicaremos unas cuantas entradas a explicar cual es este Gran Misterio que menciona el apóstol Pablo en cuanto a la relación que tiene el matrimonio con Cristo y su iglesia.
Este estudio tiene su base en el Libro "El Significado del Matrimonio" de Timothy Keller

Para que comencemos a entender que es lo que significa este gran misterio, debemos recordar que la Escritura nos presenta a Dios «estableciendo la institución del matrimonio para bienestar y felicidad de la humanidad».

La escritura enmarca la historia de la humanidad en dos bodas, una inicial y una grandiosa boda final.  en el principio, en el libro de Génesis se establece una unión matrimonial entre Adán y Eva, la que finaliza con el desposorio de Cristo con su Iglesia en el libro de Apocalipsis.

De manera, que podemos decir contundentemente que el matrimonio es un vínculo instituido por Dios, por tanto, lo que Dios instituye, también lo regula.

Desde luego, en estos tiempos es difícil tener una adecuada perspectiva del matrimonio. Pues generalmente tendemos a considerarlo desde nuestra propia experiencia, a riesgo de distorsionarlo.

Muchos enemigos se levantan hoy en día persiguiendo este sagrado vinculo, el feminismo, la promiscuidad, la falta de compromiso, etc. Pero de ellos el principal enemigo del matrimonio: es el estar centrado tan solo en uno mismo.

Este mundo encamina sus esfuerzos no solamente en aislarnos, sino en hacernos cada vez más egocéntricos, desde la publicidad hasta la perversa teología de que somos dioses en potencia, alimentan nuestros corazones de ese ego perverso que busca amarse más a si mismo que a cualquier persona.

Nada hay tan destructivo en un matrimonio como el estar buscando la autorrealización, pues esta carrera egoísta da por sentado que el matrimonio y la familia son instituciones para fomento del desarrollo personal y necesarias para hacernos felices y personas «completas», Posición absolutamente contrastante y contraria a la Escritural, que nos invita a morir a nosotros mismos en pos del beneficio del otro.

Son muchas las ideas erradas que tenemos en cuanto al matrimonio, realmente aquí una vez más necesitamos desintoxicar nuestra mente y reaprender correctamente lo que la Palabra de Dios nos enseña de este vínculo tan importante.

Muchas veces he repetido que el propósito del matrimonio no es hacernos felices sino santos, y es que en el matrimonio se experimenta la convivencia en un grado de intimidad no alcanzable en ningún otro tipo de relación, y se dan en consecuencia unos cambios no imaginables de forma previa, Como lo más doloroso, y lo más extraordinario: así es como presenta la Biblia el matrimonio.

No hay mejor laboratorio ni mejor incubadora para crecer espiritualmente que el matrimonio, si hay un lugar donde poner a prueba todo lo aprendido respecto a Dios y su Palabra es el matrimonio, es el lugar donde debemos repetirnos una y mil veces las lecciones, donde debemos orar y orar sin descansar, es el lugar donde realmente se ve la evidencia de nuestro nuevo nacimiento y de la comprensión de todo aquello que recibimos.

El matrimonio es un completo desafío, porque es una institución viva, cambiante, que se enfrenta a múltiples situaciones y múltiples tensiones, en el transcurso de los años, tendrás que aprender a amar de nuevo a una persona que ya no es la misma con la que te casaste, porque habrá cambiado en la medida de lo que es lógico y natural que cambiemos los seres humanos.

Esta es una razón muy importante para que tengamos una correcta visión respecto a lo que nos brindara el matrimonio, considéralo como un campo de entrenamiento, no lo consideres como un trofeo que llenara tu vida de aquello que le falta. En el matrimonio no debemos buscar aquello que solamente podemos obtener de Dios. 
Nuestra estabilidad, plenitud, gozo y felicidad no deben depender ni de nuestro conyugue ni de la situación por la que atraviese nuestro matrimonio, pues nuestra fe debe estar entera y completamente depositada en Dios.