sábado, 4 de octubre de 2014

Si tan solo tocare el borde de su manto....


(Mateo 9:20; Lucas 8:43-48; Marcos 5:24-34)
Esta es una hermosa historia narrada por los evangelios sinópticos, realmente hace mucho tiempo quería profundizar y escribir sobre ella, pero aunque encontraba que me maravillaba el amor de Jesús hacia esta mujer, no encontraba precisamente un punto de partida, pero buscando entre muchas imágenes que pudieran acompañar esta entrada, el Señor me permitió fijar mis ojos en la actitud de esta mujer, postrada a los pies de Jesús (por lo menos así es representada y esto está conforme a lo narrado en los evangelios) y allí comencé a comprender, que lo maravilloso de esta historia es como Dios fue obrando en la vida de esta mujer para llevarla a postrarse a los pies de Cristo.

Esta mujer venía sufriendo desde hacía 12 años de un flujo de sangre continuo, que aparte de ser una dolencia física terrible, muy seguramente ya había desencadenado otras complicaciones en su salud; esta enfermedad no solamente afectaba su vida física, sino que comprometía mucho más, áreas emocionales y sociales inclusive. Puedo imaginarme la tristeza de esta mujer, al no poderse casar, al saber que perdía toda posibilidad de hacerse madre y al saberse viviendo alejada y rechazada por toda su comunidad, pues su padecimiento le hacía considerarle una mujer inmunda.
Levítico 15:25 “Si una mujer tiene un flujo de sangre por muchos días, no en el período de su impureza menstrual, o si tiene un flujo después de ese período, todos los días de su flujo impuro continuará como en los días de su impureza menstrual; es inmunda” las leyes de purificación en la cultura hebrea eran muy claras, una mujer mientras tenía su periodo menstrual, debía estar apartada de la comunidad, pues todo cuanto ella tocare o usare, se haría inmundo hasta el atardecer de estos días, una vez finalizado su periodo, la mujer debía ofrecer como sacrificio dos palominos, purificarse y de esta manera reincorporarse a sus labores. Pero esta mujer no había tenido la oportunidad de purificarse durante 12 años, por tanto se hacía inmunda y su inmundicia la hacía vivir excluida de su comunidad.
Ella había invertido todo cuanto tenia, los médicos no habían podido curarla, las recetas de tradición tampoco, las supersticiones mucho menos, y ella mientras tanto veía como su vida iba cada vez peor. Cuantos nos hemos sentido así en algún momento de nuestra vida, cuando el Señor ha empezado a mostrarnos que por nuestros propios medios no podemos obtener ningún beneficio para nuestra vida, por el contrario cada vez pareciera que las cosas se empeoran más.
Pero de pronto, esta mujer recibe las mejores noticias que un ser humano puede recibir, Jesús está cerca, está pasando por su ciudad, el mensaje del evangelio comienza a hacerse cercano para esta mujer, la fe comienza a crecer en ella, ella escucha hablar de Jesús y no solamente sabe que ha sanado a muchas personas, sino que su corazón sabe, que él es el único que puede salvarla.
Esta imagen se queda grabada en mi mente y me llena de asombro y alegría, pues me remite al tiempo en el que el Señor en su misericordia comenzó a transformar mi corazón; porque esa certeza y convicción de que solo Jesús puede salvarnos, no brota de nuestro corazón pecaminoso, esa certeza se llama fe, y viene solo de Dios, como un regalo precioso al cual podemos aferrarnos.
De inmediato esta mujer sabe que tiene que tener un encuentro con Jesús, pero para ella esta era una tarea bastante difícil, primero por su condición de inmundicia que le imposibilitaba totalmente acercarse a Él y segundo, porque en la cultura Judía, era muy mal visto que una mujer hablara con un varón en la calle, así que no solamente su condición personal le impedía que ella se acercara a su salvador, sino que también su entorno le era contrario. Acaso no nos hemos visto todos en la misma situación? Nuestro pecado nos impide acercarnos libremente al Señor y nuestro entorno nos aleja cada vez más de él.
Pero Dios tenía un plan distinto, que cambiaría la vida de esta mujer, no solamente en este mundo, sino en la eternidad. Y ahí esta Jesús en medio de una multitud que casi no le permite caminar, y muy cerca de él, está la mujer, pensando que solo necesita una oportunidad, ella solo quiere acercarse y tan solo tocar el borde de su manto. Desafiando la cultura de su época y exponiéndose a perderlo todo, incluso hasta su propia vida, esta mujer se acercó por detrás de Jesús y le toco, de inmediato su flujo de sangre ceso y ella supo que estaba curada. Mateo 16:24-27
Pero no solamente ella sintió que había sido curada, Jesús sabía que dé él había salido poder, y entonces pregunto quién le había tocado, sus discípulos que le acompañaban se sorprendían entre sí, pues hacer esa pregunta en medio de una multitud que estruja y corta el paso, es algo para ellos sin sentido, pero no para Jesús, quien quería que esta mujer entendiera que su salvación venia solamente de él, no de un manto, no de sus obras, solo de su gracia y amor.
La mujer, al verse descubierta, temblando de miedo le confiesa a Jesús cómo y por qué le había tocado y él le responde las palabras más hermosas que todos anhelamos escuchar: ¡Hija, tu fe te ha sanado! Vete en paz y queda sana de tu aflicción. Y es que Jesús no solamente le había quitado ese azote que había estado acabando con su vida por 12 años, sino que había hecho pública su sanidad, ya no volvería a ser más la mujer inmunda; y lo más precioso, el regalo más grande que pudo haberle dado, fue llamarle hija y cambiar su vida para siempre, regalándole la eternidad.
Ahora entiendo cuál era el punto de partida y el final de este mensaje, ahora puedo comprender este hermoso cuadro, al ver la obra que el Señor realiza en nosotros y como nos convence de nuestra inmundicia e incapacidad para salvarnos, para que de esta manera pueda traernos a los brazos de nuestro salvador y allí, ser restaurados, amados, limpiados y recibidos como hijos.


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