Y la mujer le respondió: —La serpiente me tendió una trampa. Por eso comí del fruto. Génesis 3:13b
Me
maravilla ver las innumerables enseñanzas que el Señor tiene para nosotros en
un libro tan grandioso como el génesis, así que encuentro que es muy
importante volver a él una y otra vez, porque en el génesis encontramos nuestra
historia, nuestro pasado, nuestro origen. El tema de
esta entrada surge de las primeras respuestas dadas por el hombre al caer en el
edén.
Recientemente
he estado tratando de explicarle a mi hijo de 8 años, la importancia de
reconocer su pecado, de no buscar excusas o culpables cuando falla en algo,
sino examinarse a sí mismo para que pueda ver que la falla surge de él; no ha
sido una tarea fácil, pues siempre encuentra alguna razón para justificarse o
sencillamente se enoja conmigo, porque quiere que compartamos la culpa, no le
gusta sentir que él es el único culpable de su pecado.
Esto
me ha puesto a meditar mucho sobre el tema, además de llevarme a buscar en la
escritura como mostrarle que el pecado nace de nosotros mismos, y que la forma
en la que podemos corregir nuestros actos y enderezar el camino es reconociendo
ese propio pecado y llevándolo ante Dios en arrepentimiento, para que sea El
quien nos limpie y transforme.
De
manera que volvamos una vez más al génesis y remontémonos a ese crucial momento
en que el Señor se dirige a Adán y a Eva para indagar (lo que Él ya sabía por
supuesto) por su falta:
—Le preguntó Dios—. ¿Acaso comiste del fruto del
árbol que te prohibí comer? El hombre
respondió: —La mujer que tú me diste por
compañera me dio del fruto del árbol.
Por eso me lo comí. Dios se dirigió entonces a la mujer, y le dijo: ¿Qué es
lo que has hecho? Y la mujer le respondió: —La serpiente me tendió una trampa. Por eso comí del fruto.
Tanto
Adán como Eva responden de la misma manera, cada uno encontró un culpable lejos
de sí mismo, Adán culpo a Eva, y en cierta forma también culpo a Dios, pues su expresión
es un tanto irónica, la mujer que tú me diste…Eva no se queda atrás y también como
un acto reflejo acusa a la serpiente.
Si
vamos un poco más atrás en el relato de génesis 3 vemos como una vez que el
hombre y la mujer pecan, sienten un profundo temor de Dios, reconocen que están
desnudos, buscan como cubrirse y ante la confrontación, sencillamente buscan
una justificación o un culpable.
Si
lo comparamos con nuestra propia vida vemos que no estamos muy lejos de esta
escena del edén que cambiaría por completo el desarrollo de la humanidad;
sabemos que en todo lo largo de nuestra vida aun conociendo de Dios, estaremos
caminando hacia la santidad, pero en medio de ese caminar seguiremos cometiendo
faltas y pecando, ya no como quien practica el pecado, pero si como parte de
nuestra condición humana, hasta que llegue el momento de estar en su presencia.
Entonces
de donde viene el paralelo que estoy haciendo de ese momento en el edén? Pues sencillamente,
en que hoy, miles de siglos después, seguimos reaccionando de la misma manera,
nos dejamos seducir de nuestras propias concupiscencias, pecamos, y nuestra reacción
inmediata no es buscar a Dios, sino muchas veces huir de él y cubrir nuestras
faltas, ya no con hojas de higuera sino con excusas, justificaciones y diversas
situaciones, echando la culpa sobre otros para poder auto justificarnos y
ponernos en una posición más cómoda, como por ejemplo, la posición de víctima.
Y realmente
no es fácil salir de esa postura, podemos mantenernos allí mucho tiempo, años inclusive,
permitiéndole a nuestra mente armar toda una historia de drama alrededor
nuestro, que nuble por completo la causa real de la situación, para que no
podamos confrontarnos con el pecado, arrepentirnos y por el contrario seguir encadenadas.
Recuerdo
que por muchos años esas hojas de higuera cubrieron mis ojos y me llevaron a
vivir una vida distante de Dios y sumida en mi propio pecado que crecía cada
vez más, siempre encontré una razón para justificarme, un culpable al cual
señalar, una historia que encajara perfecto en mis falencias, para de esta
manera mirarme a mí misma como una pobre víctima y quedarme allí navegando indefinidamente
en ese mar de excusas.
Solo
cuando por la misericordia y gracia del Señor, él me permitió ver el horror de
mi pecado, pude comenzar a entender que cada uno de los pasos equivocados que
di en mi vida fueron mi decisión, cada cosa terrible broto de mi engañoso corazón.
Ese día sin dudar, pude verme absolutamente necesitada de la salvación de Dios,
incapacitada del todo para hacer algo por mí misma.
Pero
fue allí en ese momento en el cual pude abrir mi corazón en arrepentimiento
ante Dios, El comenzó a trabajar en mí y gloria a Dios ese proceso no se ha
detenido aun hoy después de 10 años. Pero no podemos creer que esta es una condición
que solo ocurre antes de conocer del Señor, de ninguna manera, pues no podemos
olvidar que el pecado seguirá acechándonos.
Por
eso es importante que reconozcamos cada vez con mayor agudeza cuando estamos pecando,
para que seamos más sensibles a la voz del Espíritu Santo en nuestras vidas y
podamos expresar sinceramente como el salmista: Examíname, oh Dios, y sondea mi corazón; ponme a prueba y sondea mis pensamientos.
Fíjate si voy por mal camino, y guíame
por el camino eterno. Salmo 139:23-24
Lograr
reconocer cuando hemos pecado así sea de manera “sutil” (aunque no hay pecado
pequeño ni sutil) nos permitirá volver prontamente a Dios para pedirle restauración,
el salmo 51 es una clara muestra de un corazón humillado ante Dios, que
reconoce su condición de pecado y clama por la guía del Espíritu Santo en su
vida y por el perdón y misericordia de Dios.
Mi
invitación de hoy es que reflexiones en el salmo 51 para que podamos analizar
en la próxima entrada cual es la forma correcta de enfrentarnos a nuestras
fallas y pecado a la luz de esta porción de la escritura.
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