El
salmo 51 fue escrito por el Rey David, después de haber sido confrontado por el
profeta Natán, por el adulterio cometido con Betsabe y el posterior asesinato de
su esposo, Urías.
Cada
vez que nos referimos al rey David, vienen a nuestra mente su fortaleza, su valentía
para derrotar a Goliat, su relación cercana con Dios, la promesa mesiánica que vendría
a través de su linaje y su distintivo más conocido: un hombre conforme al corazón
de Dios. Pero este hombre que con una simple ojeada a la biblia podría parecernos
perfecto, fue un ser humano como nosotros, débil, pecador y necesitado de la
gracia de Dios.
En
el libro de 2 de Samuel, se nos relata el horror del Pecado de David, pero en
el Salmo 51 podemos ver como se derrama el corazón de este hombre ante Dios,
clamando perdón y restauración para su ser.
Debemos
reconocer como David, que el pecado es como una mancha de petróleo que se
extiende en el mar, es densa, y causa mucho daño, no solo a nosotros mismos
sino a todo nuestro entorno; es una mancha difícil de quitar, de limpiar
totalmente, todo lo altera y aunque podamos ver con nuestros ojos la imagen del
desastre en la superficie, las consecuencias de este a profundidad siempre serán
mucho más devastadoras.
Hoy
podremos ver como el Señor a través de su Palabra en el Salmo 51 nos enseña
cual es la correcta actitud que debemos asumir ante el pecado para ser
restaurados:
1. 1. Reconocer que cualquier pecado es un acto de rebelión
contra Dios
Un primer paso en el camino
hacia el arrepentimiento es reconocer nuestra culpa, nuestra falta, y entender
que este pecado ha sido principalmente contra Dios, esto fue lo que reconoció
David cuando el profeta Natán fue a confrontarlo por su pecado, el profeta reconvino
a David a través de una parábola que describía perfectamente el pecado atroz
que él había cometido, allí no hubo lugar para buscar culpables, ni para auto
justificaciones. Tú eres ese hombre! menciono el profeta, a lo que David reconoció:
Contra ti, contra ti solo he pecado.
El Señor abrió los ojos de
David en ese momento y le permitió ver y reconocer la magnitud de su pecado, jamás
podemos olvidar que Dios todo lo ve, no hay lugar alguno en el que podamos
escondernos u ocultarnos de Él. Salmo 139
2. 2. Debemos
reconocer que hemos nacido pecadores y necesitamos de su Salvación
Entender que hemos nacido
pecadores como lo hizo David, y que estamos imposibilitados para obtener la salvación
por nuestros propios medios u obras, nos permite tener una actitud de sincera humillación
ante Dios, por eso cuando tenemos la oportunidad de vernos pecadores, podemos
tener la certeza de que es solamente Dios quien ha puesto esa sabiduría en
nosotros, ya que ese convencimiento de pecado es como un primer paso que
realiza Dios en nosotros para comenzar a ejecutar su gloriosa obra de redención,
pues él nos limpia, justifica y olvida nuestras transgresiones.
3. 3. Clamar
al Señor por su misericordia y perdón, pues solo así podemos tener la certeza
de que su respuesta será su Santo Espíritu.
Dios mismo nos da su Santo Espíritu
para que more en nosotros y nos ayude a
perseverar en este caminar a su lado, por eso podemos estar seguros siempre de
que nada ni nadie nos alejara de su amor y que jamás podremos caer de su mano. Romanos 8:35-39; Juan 10:28-29. A través
de todo nuestro peregrinar, Dios mismo nos ira moldeando, puliendo, formando e
ira renovando nuestra mente a través de su Palabra.
El Espíritu Santo es nuestro
sello, es la garantía en nosotros del cumplimiento de todas las promesas del
padre; esa es la fuente de nuestra paz y nuestro gozo, ese debe ser el
fundamento sobre el cual podemos edificar seguros nuestra vida, porque solo allí
sabremos que a pesar de la tormenta, ese gozo y esa paz que nos brinda la
certeza de la vida eterna nos mantendrá firmes en la roca que es Jesucristo mismo.
4. 4. Debemos
entender que Dios no quiere sacrificios, obras o penitencias, él quiere un corazón
contrito y humillado.
Dios no quiere de nosotros
penitencias, ofrendas, obras o sacrificios, lo que él quiere de nosotros es un corazón
humilde y quebrantado, un corazón que dependa entera y completamente de Él, un corazón
que no busque lo suyo, que no anhele otros placeres, un corazón que se deleite
en cumplir la obra que el Señor nos ha encomendado: Darle honor y gloria con
nuestro existir.
El anhela que le busquemos y le
conozcamos realmente, y esto solo lo podemos hacer a través del estudio de su
Palabra; ella debe ser nuestra guía, nuestro fundamento, nuestro consuelo y
nuestra esperanza.
5. 5. Debemos
saber que el Propósito de nuestra redención es la Gloria de Dios y la expansión
de su reino.
Dios nos ha devuelto la vida,
nos ha permitido nacer de nuevo y llamarle Padre, por eso debemos buscarle
diaria y constantemente, tanto como buscamos, anhelamos y necesitamos del aire
para respirar. Llenos de El debemos cumplir nuestra gran tarea: “Enseñar tus caminos a otros pecadores, y
estos culpables, como yo se arrepentirán y volverán a ti” Salmo 51:13
De la misma forma en la que en
una emergencia aérea se nos pide que primero tomemos nuestras máscaras de oxígeno
y respiremos profundamente antes de ayudar a otros, de esa misma manera debemos
actuar en nuestra vida, toda palabra, todo tiempo de oración, todo estudio,
deben hacerse vida en nuestra vida primeramente, para luego compartirlo a
otros, jamás podemos emprender una tarea sin antes habernos saciado del aire
puro y fresco que nos da el Señor.
David, reconoció su pecado, se arrepintió
y clamo por la restauración de Dios, una vez entendió que había sido perdonado se
dispuso a cumplir la gran comisión, a testificar de la obra maravillosa del Señor
y a vivir conforme a sus preceptos.
Aprendamos de la vida de este varón
y dejemos de buscar culpables o justificar nuestras faltas, el pecado empaña
nuestra relación con Dios, es una afrenta contra El, por eso cuando fallemos no
perdamos tiempo en buscarle y humillarnos ante El, gocémonos en su perdón y
anhelemos su sabiduría para vivir glorificándole.
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