"Enséñanos de tal modo a contar nuestros días,
Que traigamos al corazón sabiduría"
Salmo 90:12
Tristemente vivimos en una sociedad que
cada día tiene sus prioridades más alteradas,
cada día tenemos más anuncios, enseñanzas, congresos, grupos de
apoyo, charlas y demás que alimentan el YO, pensar en el otro es casi
algo anticuado, ceder nuestros derechos en pos del beneficio de otro, es algo
mandado a recoger, aquí lo que importa es el YO y el AHORA,
slogans como "Solo hazlo"; "Porque tú lo vales", entre
otros, son la muestra de lo que la publicidad y los medios quieren forjar en la
mente de las personas, tu eres lo que vale, así que has cualquier
cosa que te satisfaga.
Todo este bombardeo de mensajes, campañas
y demás han afectado tanto la identidad de nuestras
generaciones, que han convertido el matrimonio y la paternidad en algo muy
distinto a lo que el Señor dispuso desde el edén.
Para muchos casarse hoy en día es sinónimo de
haber perdido un tornillo, es prácticamente
una decisión cuestionable, y aquellas cosas que la cuestionan no son
precisamente parámetros bíblicos, sino cosas como: tienes los
recursos necesarios para comprar el apartamento y el carro antes de la boda?,
van a firmar capitulaciones, verdad? Debes proteger tu patrimonio, vas a
casarte tan joven a los 37 años y sin haber terminado tu maestría? Ella o el
tienen el nivel socioeconómico al cual estás acostumbrado?, en fin, cada una de
estas excusas o cuestionamiento ponen de antemano el Yo, lo que yo quiero, lo
que yo debo hacer, mis metas, mis opciones, mis planes…. Dejando de lado totalmente
los intereses del otro y sobre todo la guía del Señor en decisiones tan
importantes como estas.
Y
si esto ocurre con el matrimonio, pensar en los miles de argumentos que existen
para postergar la maternidad, o tomar la decisión de ser una mama a tiempo
completo, son innumerables, casi que una madre a tiempo completo con 3 hijos en
esta sociedad y en esta época es casi como un fenómeno, puede tildársele inclusive
de fracasada, cómoda, o peor aún perezosa, porque este egoísta mundo exige cada
día más, mujeres preparadas, competitivas pero menos madres. Y no es que tener
hijos y trabajar sea un pecado mortal, de hecho somos muchas las mujeres que
debemos hacerlo, pero la diferencia radica puntualmente en nuestras
prioridades.
Definitivamente ser una mama que trabaja y desea ser una MADRE en todo el sentido de la
palabra, para sus hijos, es un reto muy grande, exige negarse a sí
misma, poner siempre a los otros como mas importantes, dejar o aplazar muchas veces el tiempo de descanso, los hobbies, el ejercicio, la lectura, en fin
a casi cualquier cosa que implique un tiempo a solas o una actividad sin
nuestros hijos.
Pero
es allí donde la guía de la Palabra de Dios es indispensable para que dejemos el afán del mundo, para que tengamos nuestras
prioridades en orden y le demos gloria a Dios con cada cosa que hagamos en
nuestra vida. Y es que tenemos que saber lo importante que es formar y levantar
a nuestros hijos en el temor del Señor, ser padres es talvez la responsabilidad
más grande que tenemos los seres humanos ante Dios y ante nuestra sociedad,
pues lo que nosotros enseñemos ahora, bueno o malo, se verá reflejado al cabo
de unos 10, 15 o 20 años en nuestros hijos, pero esta semilla no se quedara ahí,
nuestros hijos, nietos y biznietos darán cuenta de cada una de esas enseñanzas
buenas o malas que les hayamos dejado en su vida.
Por
eso, tomémonos un tiempo, hagamos una pausa, y pensemos que el tiempo que
tenemos para enseñar, corregir, y formar a nuestros hijos es cada día más corto,
hoy lo tienes en tus brazos y mañana ya está en el jardín de infantes y al cabo
de un suspiro ya está acabando su primaria.
Por
eso oremos diariamente al Señor por sabiduría para instruir a nuestros
pequeños, para que nuestros días sean para su gloria, para que el afán de este
mundo no nos reste el maravilloso tiempo de verlos crecer y estar junto a ellos,
de poderles enseñar día a día, como tomar decisiones basadas en la palabra de
Dios, como superar los conflictos apoyados siempre en oración.
La
escritura esta tan llena de maravillosos pasajes que podemos usar para ilustrar
diferentes situaciones de su día a día, para mostrarles a nuestros hijos como a
lo largo de la historia el hombre se ha sentido, angustiado, temeroso, ansioso,
como ha pecado, como se ha arrepentido y sobretodo como el Señor Todopoderoso a
estado allí desde antes de la fundación del mundo y estará para siempre, para
alentarnos, consolarnos, guiarnos y reconfortarnos con su palabra.
Enseñar
a nuestros hijos a vivir en Fe, poniendo siempre su mirada en la eternidad, en
aquello que realmente vale la pena, enseñándoles a edificar no sobre este mundo
pasajero y caído, sino, en el mundo eterno y maravilloso que ha preparado
nuestro Padre, es la labor más importante que tenemos como padres.
Las
clases de baile, de equitación, de deportes, de idiomas y cualquier otra cosa
que este agitado mundo demanda o muestra como parámetros de éxito en la crianza
de nuestros hijos serán absolutamente insuficientes para formar en ellos un carácter
firme, que anhele la santidad, que busque darle la gloria a Dios con cada una
de sus acciones y sobretodo que marque una gran diferencia en este mundo lleno
de afán y de pecado.
Solo Dios ha decidido si nuestros
hijos hacen parte de su pueblo escogido, pero nuestra responsabilidad como
padres siempre estará allí, pues como dice la palabra del Señor en Deuteronomio
6:
Éstos
son los mandamientos, leyes y decretos que el Señor su Dios me ha ordenado
enseñarles, para que los pongan en práctica en el país del cual van a tomar
posesión. 2 De esta manera honrarán al Señor su Dios, y cumplirán durante toda
su vida las leyes y los mandamientos que yo les mando a ustedes, a sus hijos y
a sus nietos; y así vivirán muchos años……..Ama al Señor tu Dios con todo tu
corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas.
»Grábate en la mente todas las cosas que hoy
te he dicho, y enséñaselas continuamente a tus hijos; háblales de ellas, tanto
en tu casa como en el camino, y cuando te acuestes y cuando te levantes. Lleva
estos mandamientos atados en tu mano y en tu frente como señales, y escríbelos
también en los postes y en las puertas de tu casa.
El mandato de Dios es claro, debemos instruir a nuestros hijos en todo tiempo, hablarles, enseñarles, mostrarles con
nuestra vida misma, establecer en ellos fundamentos firmes que les permitan
vivir y caminar como una familia escogida, un sacerdocio al servicio del rey,
una nación santa, un pueblo adquirido por Dios. Y esto para que anuncien
las obras maravillosas de Dios, el cual los llamó a salir de la oscuridad para
entrar en su luz maravillosa.