viernes, 9 de mayo de 2014

Una Promesa de Amor



Se acerca el día de la madre, y llegan a mi mente muchas imágenes de mujeres que encontramos en la escritura desempeñando honrosamente este papel. Pero de todas ellas hoy he querido compartirles sobre una madre muy especial, una madre en la que podremos ver un maravilloso conocimiento de Dios y una fe grandiosa, por eso en esta fecha especial, esta es una madre que merece un tiempo en nuestro estudio: Ana, esposa de Elcana, madre del Profeta Samuel, ultimo Juez de Israel, a quien fue otorgada la tarea de coronar y guiar al primer rey de esta nación, y ungir al rey conocido como: conforme al corazón de Dios, David.
Ana fue una mujer que no tuvo una vida fácil, en primer lugar era una mujer estéril que no había podido darle hijos a su marido y en segundo lugar, Ana tenía que soportar constantemente las burlas de Penina, (la segunda esposa de Elcana quien si tenía hijos) y aunque la escritura nos muestra que Elcana siempre amo a Ana y estuvo muy pendiente de ella, la vida para esta mujer no era fácil. Probablemente su corazón vivía constantemente acongojado por el deseo de querer ser madre y no poder serlo, y sus ojos tal vez veían de lejos lo que ella anhelaba pero que en ese momento no podía tener.
Pero Ana si tenía algo maravilloso, algo que nadie podía quitarle y algo que cambiaría su vida para siempre y nos permitiría estarla recordando hoy, miles de años después. Ana conocía al Señor!! Jehová de los ejércitos era una verdad para ella!
Llego un día en el que Ana no soporto más y “ella con amargura de alma oró a Jehová, y lloró abundantemente”. Tanto lloro Ana y tal fue su oración, cargada del sufrimiento de tantos años, de ilusiones y anhelos, que Elí el sacerdote del templo creyó que Ana había estado bebiendo; La palabra nos menciona que “Ana hablaba en su corazón, y solamente se movían sus labios, su voz no se oía”, así que podemos concluir que tal debió ser la forma de entrega total de Ana en esta oración y clamor a Dios, que llamo la atención del sacerdote.
Durante este tiempo de oración, Ana le pidió al Señor que le diera un hijo varón y prometió dedicarlo al servicio del templo el resto de su vida.
Luego de algún tiempo Ana dio a luz un hermoso niño y le puso por nombre: Samuel que quiere decir, pedido a Dios. Y en este punto quiero detenerme un poco pues merece la pena hacer el contraste de este profundo deseo de Ana por ser madre, con lo que vivimos hoy en día en nuestra sociedad, donde cada día la maternidad se aleja más de los roles importantes de la mujer, y no solo se aleja de los deseos de muchas mujeres de hoy en día, que ven la maternidad no como un regalo, ni como  un don de Dios, sino que lo ven como una carga y como un obstáculo a su vida.                                             Fueron muchos los años que Ana lloro y se afligió por no ver cumplido su deseo de ser madre, y hoy son muchas las mujeres que lloran y se afligen precisamente cuando se enteran de que van a ser madres.
Pero Ana había hecho una promesa a Dios que debía cumplir, fueron pocos los años que Ana estuvo con Samuel, pero fueron los suficientes como para formar en él un carácter que le permitió servirle a Dios todos los días de su vida. Aunque Samuel había sido un hijo sumamente anhelado y deseado, Ana nunca puso por encima de la voluntad de Dios los deseos de su corazón y en el tiempo que había acordado con su esposo, Ana entrego a Samuel al sacerdote Eli, para que este lo enseñara en las labores del templo y Samuel pudiera servir al Señor todos los días de su vida.
En este punto hare otra pausa, ya que la actitud de Ana es digna de ejemplo para nosotras hoy en día por varios aspectos:
1.       Ana entrego su hijo a Dios, aunque amaba profundamente a Samuel, ella sabía que su prioridad debía ser el Señor.
2.      Ana se dedicó a criar a Samuel de tal forma que pudiera aprovechar cada uno de sus días junto a él, para que el niño pudiera aprender todas las grandezas de Dios.
3.      Ana conocía al Dios que adoraba, su fe era más grande que sus sentimientos maternales, ella sabía que el mejor lugar para Samuel era en el templo Sirviendo a Dios.
4.      Ana no rehusó cumplir su promesa, ella hayo contentamiento en ver cumplida su petición a Dios.
El capítulo 1 del primer libro de Samuel finaliza con la expresión: “Y todos ellos adoraron a Dios” y enlaza maravillosamente con el inicio del capítulo 2, el cual comienza así: “Ana elevo esta oración”.
Adoración, oración y alabanza a Dios; creo que estas 3 Palabras resumen la actitud de Ana. Y esa relación intensa e íntima con Dios fue la base para que ella entonara u orara esta maravillosa porción de la escritura que se nos narra en los primeros 10 versículos del capítulo 2 del primer libro de Samuel. Cuanta sabiduría, cuanto amor, cuanta fe, cuanto gozo desbordaban de la vida de esta mujer; en este canto Ana nos deja ver que conocía perfectamente la soberanía de Dios, su santidad, su omnisciencia; Ana confiaba en una promesa de salvación, sabía que solo Dios era su redentor y su roca; por eso Ana no titubeo al cumplir su promesa y entrego a su hijo al servicio del Señor.
No puedo imaginar lágrimas en este momento, solo puedo ver los brazos de Ana abriéndose y su corazón hinchado de gozo de saber que estaba entregándole lo mejor de ella al señor, Ana sabia ciertamente que Dios le había dado ese hijo, por un poco de tiempo tal vez, pero que su hijo pertenecía a Él, ella estaba segura de su trabajo como madre, porque sabía que todo lo que ella le había dado a su hijo venia de lo que ella había recibido de Dios.
Para cerrar quiero que reflexionemos en estos puntos:
·         Buscas de continuo alimento espiritual que te permita también alimentar y sustentar a tus hijos?
·         No olvidemos que los hijos son tesoros de Dios confiados a nosotras para que los levantemos en su palabra y les enseñemos a vivir conforme a su voluntad.
·         En algún momento nuestros hijos partirán de nuestro lado, que ese día estemos satisfechas con la labor que como madres hemos realizado.
·         No olvidemos que ante Dios tenemos una muy grande responsabilidad en levantar hijos sabios temerosos de Él y que guarden su Palabra.
·         Nuestros hijos serán educados con nuestro ejemplo, mucho más que con nuestras palabras.
·         Vivamos la palabra de Dios día a día, para que estemos seguras de que ellos seguirán el rastro de buenas pisadas.
·         Aprovechemos con intensidad cada minuto que tenemos con nuestros hijos, no escatimemos ningún esfuerzo en su formación como hijos de Dios.

Y como último y más importante punto, jamás olvidemos que Dios tiene el control, no solo de nuestra vida, sino de la vida de nuestros hijos, no cesemos de orar por ellos, por nosotras y por muchas mujeres a nuestro alrededor, que viven en medio de este mundo caído y que como consecuencia, tienen que levantar a sus hijos solas y en condiciones adversas.
Mujer, Dios te ha hecho madre con un propósito: darle Gloria y honra con esta maravillosa labor, de manera que como Ana cumple tú también esta promesa ante Dios!!!

Feliz día!!!

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