"De la misma manera, ustedes esposas, tienen que aceptar
la autoridad de sus esposos. Entonces, aun cuando alguno de ellos se niegue a
obedecer la Buena Noticia, la vida recta de ustedes les hablará sin palabras.
Ellos serán ganados al
observar la vida pura y la conducta respetuosa de ustedes"
1 Pedro 3:1-2
Creo que este versículo habla por sí
solo, aunque personalmente, después de
haberlo leído muchas veces solo hasta ahora puedo
comprender la maravilla de su contenido.
Aunque el plan de Dios no es que una mujer
creyente se una en matrimonio con un incrédulo, existen situaciones en las que
esto ocurre, por ejemplo, cuando tiempo después del matrimonio es la esposa
quien conoce de Cristo y su esposo no recibe las buenas nuevas del evangelio, y
en otros casos muy desafortunados una mujer creyente se une a un hombre no
creyente haciendo a un lado el sabio concejo de Dios.
Viviendo cualquiera de estas dos situaciones, el
concejo de nuestro Señor a través de esta carta de 1 de Pedro es siempre lleno
de esa sabiduría divina, que nos recarga de esperanza y fortalece nuestra fe.
En mi caso, mi esposo no es un creyente,
aunque por algunos años se congrego, (y con certeza ha recibido mucha palabra
de Dios) pero hace ya algún tiempo se encuentra absolutamente alejado del
evangelio, esta situación obviamente trae muchos roces a la relación, lagrimas,
dolor, confusión, en fin todas las cosas difíciles que enfrentamos cuando
compartimos nuestra vida con una persona que tiene un norte distinto al
nuestro.
Lo realmente maravilloso es que ahora que el
Señor me permite entender lo que quiere decir en estos dos versículos de 1 de Pedro me doy cuenta que he estado luchando infructuosamente en mis fuerzas,
tratando de que mi esposo llegue a los pies del Señor.
Es ahora que comprendo los grandes errores que he
cometido y como he puesto en duda incluso la soberanía y el poder de Dios, y
suena aterrador escucharlo pero así es, creo que el propulsor de muchos pecados
definitivamente es la duda en la palabra de Dios.
Y es que debemos partir del punto básico de que
nadie llega a Dios si no es El mismo
quien le trae (Juan 15:16); y es Dios mismo quien coloca el querer como el
hacer para que ese llamado sea efectivo (Filipenses 2:13); siendo Dios mismo
quien afina nuestro oído para escuchar su voz (Juan 10:27). Teniendo esto en
claro, debemos reconocer que solo Dios es quien puede hacer la obra en nuestros
esposos y llevarlos en amor a Él.
Allí es donde encontramos el maravilloso sentido
de este versículo, cuando podemos tener la tranquilidad y la certeza de hacer
lo que como esposas se nos manda a hacer, siendo fieles a Dios y haciéndonos a un lado para que el obre
soberanamente. Hablar sin palabras,
esta es la instrucción del apóstol Pedro, y creo que es una instrucción que a
nosotras como mujeres puede parecernos un poco compleja, pues parte de
nuestra naturaleza muchas veces es el ser muy expresivas y hablar y hablar, nos
encanta hablar de nuestros sueños, experiencias, planes, en fin; y eso sin
dejar de lado que muchas veces nuestro instinto maternal quiere cobijar también
a nuestros esposos, y debemos recordar que ese No es nuestro papel, no estamos
llamadas a ser una segunda madre para ellos, estamos llamadas a ser su ayuda idónea
y a sujetarnos a ellos.
Por eso, Pedro comienza este capítulo 3 con la expresión:
así mismo, ya que en el capítulo 2 viene hablando de la sumisión que debemos
tener como cristianos a las autoridades y a los superiores, y yendo un poco más
atrás al capítulo 1, vemos como Pedro nos recuerda quienes somos y para que
fuimos llamados, somos un pueblo escogido por Dios, pueblo santo, y esto con el
único fin de que anunciemos la verdad del evangelio, esas buenas noticias de
quien nos llamó de las tinieblas a la luz.
Entonces contextualizando, podemos ver como Pedro
nos muestra nuestra nueva condición, apartados, escogidos, pueblo santo; y allí
nos recuerda que el propósito de ese llamamiento es dar testimonio de Dios
mismo, por lo tanto el comienza a citar diferentes tipos de escenarios en los
cuales nuestro testimonio debe ser tal, que reflejemos claramente la gloria de
Dios.
Y es en ese punto donde comienza a hablarnos a
nosotras las mujeres, recordándonos la clave de nuestro compromiso matrimonial,
el sometimiento a nuestro esposo; y allí es importante aclarar que este es el
punto vital en el cual debemos trabajar con más tesón, pues es la obediencia a
este punto principalmente, la que nos permitirá hacer nuestra labor evangelista
silenciosa y exitosamente.
Probablemente te estarás preguntando, ¿cómo puedo
yo someterme a este hombre que no conoce de Dios? Y la respuesta es sencilla,
ese sometimiento es directamente a Cristo. Entonces, puede surgir una segunda
pregunta: ¿Pero cómo voy a estar confiada y tranquila en someterme a un hombre
que ni siquiera se somete a Cristo? Y allí quiero que pongas tu matrimonio en
la perspectiva correcta, nuestro matrimonio es un reflejo de la relación de
Cristo por su iglesia, y aunque obviamente el papel de Cristo en esta metáfora lo
debe asumir el varón, en esta situación puntualmente quiero que seamos nosotras
quienes nos pongamos por un momento en ese lugar, Cristo dio su vida por su
iglesia, le ha sido fiel a pesar de que ella no lo haya sido, ha sido paciente,
amoroso y a pesar de nuestro pecado, se dio a si mismo por nosotros. Entonces
bajo esa perspectiva la respuesta es mucho más clara, debemos someternos a
nuestros esposos por obediencia al Padre.
Esa es nuestra confianza, que nuestro
sometimiento es directamente a Dios, y nuestra obediencia es directamente al
mandato divino.
Siendo obedientes a esta instrucción, estaremos
reflejando una hermosa imagen de Cristo a nuestro esposo y allí nuestras
palabras sobraran; de manera que no necesitamos llenar sus días de reclamos, o
amenazas, o hacerles sentir que tan pecadores son, tan poco tenemos que
recordarles cual es el destino que tiene todo aquel que no entrega su vida a
Cristo, porque aunque estemos compartiéndoles grandes verdades del evangelio,
lo estaremos haciendo de la manera incorrecta.
Recuerda, nuestro papel es reflejar la gloria de
Cristo con nuestra propia vida, así que preparémonos para ello, alimentémonos día
a día de la Palabra de Dios, oremos sin cesar, seamos obedientes a aquello que
nos muestra la palabra de Dios, amemos a nuestros esposos con ese amor
desinteresado y entregado de 1 de Corintios 13, vivamos ese amor que Todo lo
sufre, todo lo cree, todo lo espera y todo lo soporta, pongamos nuestra
confianza en el Señor, hagamos nuestro papel y permitámosle a El que obre en la
vida de nuestros esposos.
Así que a partir de ahora en adelante, calla! Y se
su mejor imagen de Cristo.