Instruye al niño en el camino que debe andar, Y aun cuando sea viejo no se apartará de él.
Proverbios 22:6 (NBLH)
Me sorprende el entusiasmo con el cual muchas mujeres preparan a sus
hijos, para que sean grandes deportistas, otras para que sean
artistas, músicos y hasta modelos o reinas de belleza.
A diario veo como a través de las redes sociales
comparten artículos de interés, recomiendan academias,
instructores y demás, esto sin contar los numerosos artículos que hoy
se destacan y comparten sobre el déficit de atención o el síndrome de hiperactividad.
Pero ese
entusiasmo decae notablemente cuando de Cristo se trata.
¿Cómo? Hace parte
de mis funciones como madre, instruir a mis hijos teológicamente? Enseñarles a
buscar, conocer y amar las escrituras?
Acaso la
historia bíblica no la aprenden en el ministerio infantil?
Pues la
respuesta a esos interrogantes que puedan surgir es un rotundo Si, y no es una
sugerencia o una tendencia o una recomendación, es un mandato!
El libro de
Deuteronomio, que es una repetición de la ley mosaica es claro y enfático en
este mandato dado a los padres:
“Escucha, oh Israel, el Señor es nuestro Dios,
el Señor uno es. Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma
y con toda tu fuerza. Estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu
corazón. Las enseñarás diligentemente a tus hijos, y hablarás de ellas cuando
te sientes en tu casa y cuando andes por el camino, cuando te acuestes y cuando
te levantes. Las atarás como una señal a tu mano, y serán por insignias entre
tus ojos. Las escribirás en los postes de tu casa y en tus puertas. (Deuteronomio
6:4-9)
Y es que la
labor y responsabilidad que se nos dio con la maternidad, no consiste en
proveer para ellos alimento y cuidado, o enseñarles a caminar, a atarse los
zapatos y a hacer la cama; la responsabilidad que tenemos como madres es mucho más
grande y va mucho más allá, pues Dios nos ha entregado preciosas almas a
nuestro cuidado.
Por eso el
mensaje del evangelio debe venir a ellos primeramente de nuestros labios, mucho
más importante que lograr en ellos
buenas calificaciones o buenos modales, es que conozcan al Dios verdadero y
sepan cómo adorarlo y honrarlo cada día de sus vidas.
Esta porción
de la palabra que encontramos en Deuteronomio se conoce como el Shema de
Israel, y es como una capsula concentrada de todo el mandato de Dios para
nosotras como madres.
Somos
primero nosotras quienes debemos escuchar, aprender, ser diligentes en buscar
de la palabra de Dios, día tras día, para ser como esa madre que primero
toma su alimento y luego lo procesa para ir y llevarlo a sus gorriones en el
nido.
Nosotras
debemos ser primeramente alimentadas y formadas en la palabra de Dios para
hacer un excelente trabajo con nuestros hijos, y de esta manera poder instruirlos
y guiarlos.
Nuestra boca
debe rebosar de palabra de Dios, pero para esto nuestro corazón debe estar
lleno de ella, así podremos hablarles de Dios a nuestros hijos, al llegar a
nuestra casa, cuando vayamos por el camino, al acostarnos y al levantarnos.
Es cierto
que este sistema en el que vivimos cada día nos deja menos tiempo para todo,
pero por encima de nosotras mismas esta esa responsabilidad como madres de
alimentarnos para alimentar y sustentar a nuestros hijos.
Nuestra meta
debe ser pasar a la historia como esas excepcionales mujeres que formaron a Timoteo
y de las cuales el apóstol Pablo hace un gran reconocimiento:
Traigo a la memoria tu fe sincera, la cual animó
primero a tu abuela Loida y a tu madre Eunice, y ahora te anima a ti. De eso
estoy convencido. 2 de Timoteo 1:5
De seguro
Loida siempre se preocupó por enseñar las verdades del evangelio a su hija
Eunice, porque conociera la escritura y a través de ella desarrollara su fe.
Todo ese
trabajo dio un gran fruto en su hija Eunice, quien de acuerdo al reconocimiento
de Pablo, aprendió e hizo el mismo trabajo con Timoteo, llenándolo de la
palabra de Dios, de la sabiduría divina, e instruyéndolo por el buen camino.
Este a su
vez, pastoreo la iglesia naciente, siendo discípulo del apóstol Pablo, llevando
todo lo aprendido de estas dos mujeres a sus hijos espirituales también.
Ves como el
trabajo de una madre se multiplica exponencialmente en sus hijos?
Por eso no
debemos permitir que nuestra labor como madres se vea menospreciada en esta era
afanosa y consumista; el trabajo de ser madres piadosas que enseñen a sus hijos
a temer a Dios, a conocerle y amarle, es mucho más valioso que cualquier otro
trabajo en el mundo.
Recuerda que
preparamos a nuestros hijos para el caminar en su vida, y lo que sembremos en
ellos impactara poderosamente muchas generaciones.
Por eso, si
sabemos que la vida es un caminar hacia nuestra patria celestial, no hemos de
esforzarnos por construir para nuestros hijos los mejores zapatos?
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