(Mateo
9:20; Lucas 8:43-48; Marcos 5:24-34)
Esta es una hermosa historia narrada por
los evangelios sinópticos, realmente hace mucho tiempo quería profundizar y
escribir sobre ella, pero aunque encontraba que me maravillaba el amor de Jesús
hacia esta mujer, no encontraba precisamente un punto de partida, pero
buscando entre muchas imágenes que pudieran acompañar esta entrada, el Señor me
permitió fijar mis ojos en la actitud de esta mujer, postrada a los pies de Jesús
(por lo menos así es representada y esto está conforme a lo narrado en los
evangelios) y allí comencé a comprender, que lo maravilloso de esta historia es
como Dios fue obrando en la vida de esta mujer para llevarla a postrarse a los
pies de Cristo.
Esta mujer venía sufriendo desde hacía 12
años de un flujo de sangre continuo, que aparte de ser una dolencia física terrible,
muy seguramente ya había desencadenado otras complicaciones en su salud; esta
enfermedad no solamente afectaba su vida física, sino que comprometía mucho más,
áreas emocionales y sociales inclusive. Puedo imaginarme la tristeza de esta mujer,
al no poderse casar, al saber que perdía toda posibilidad de hacerse madre y al
saberse viviendo alejada y rechazada por toda su comunidad, pues su
padecimiento le hacía considerarle una mujer inmunda.
Levítico 15:25 “Si una mujer tiene
un flujo de sangre por muchos días, no en el período de su impureza menstrual,
o si tiene un flujo después de ese período, todos los días de su flujo impuro
continuará como en los días de su impureza menstrual; es inmunda” las leyes de purificación en la cultura
hebrea eran muy claras, una mujer mientras tenía su periodo menstrual, debía estar
apartada de la comunidad, pues todo cuanto ella tocare o usare, se haría inmundo
hasta el atardecer de estos días, una vez finalizado su periodo, la mujer debía
ofrecer como sacrificio dos palominos, purificarse y de esta manera reincorporarse
a sus labores. Pero esta mujer no había tenido la oportunidad de purificarse
durante 12 años, por tanto se hacía inmunda y su inmundicia la hacía vivir
excluida de su comunidad.
Ella había invertido todo cuanto tenia, los médicos no
habían podido curarla, las recetas de tradición tampoco, las supersticiones
mucho menos, y ella mientras tanto veía como su vida iba cada vez peor. Cuantos
nos hemos sentido así en algún momento de nuestra vida, cuando el Señor ha
empezado a mostrarnos que por nuestros propios medios no podemos obtener ningún
beneficio para nuestra vida, por el contrario cada vez pareciera que las cosas
se empeoran más.
Pero de pronto, esta mujer recibe las mejores noticias
que un ser humano puede recibir, Jesús está cerca, está pasando por su ciudad,
el mensaje del evangelio comienza a hacerse cercano para esta mujer, la fe
comienza a crecer en ella, ella escucha hablar de Jesús y no solamente sabe que
ha sanado a muchas personas, sino que su corazón sabe, que él es el único que
puede salvarla.
Esta imagen se queda grabada en mi mente y me llena de
asombro y alegría, pues me remite al tiempo en el que el Señor en su misericordia
comenzó a transformar mi corazón; porque esa certeza y convicción de que solo Jesús
puede salvarnos, no brota de nuestro corazón pecaminoso, esa certeza se llama
fe, y viene solo de Dios, como un regalo precioso al cual podemos aferrarnos.
De inmediato esta mujer sabe que tiene que tener un
encuentro con Jesús, pero para ella esta era una tarea bastante difícil,
primero por su condición de inmundicia que le imposibilitaba totalmente
acercarse a Él y segundo, porque en la cultura Judía, era muy mal visto que una
mujer hablara con un varón en la calle, así que no solamente su condición personal
le impedía que ella se acercara a su salvador, sino que también su entorno le
era contrario. Acaso no nos hemos visto todos en la misma situación? Nuestro pecado
nos impide acercarnos libremente al Señor y nuestro entorno nos aleja cada vez más
de él.
Pero Dios tenía un plan distinto, que cambiaría la vida
de esta mujer, no solamente en este mundo, sino en la eternidad. Y ahí esta Jesús
en medio de una multitud que casi no le permite caminar, y muy cerca de él, está
la mujer, pensando que solo necesita una oportunidad, ella solo quiere acercarse
y tan solo tocar el borde de su manto. Desafiando la cultura de su época y exponiéndose
a perderlo todo, incluso hasta su propia vida, esta mujer se acercó por detrás de
Jesús y le toco, de inmediato su flujo de sangre ceso y ella supo que estaba
curada. Mateo 16:24-27
Pero no solamente ella sintió que había sido curada, Jesús
sabía que dé él había salido poder, y entonces pregunto quién le había tocado,
sus discípulos que le acompañaban se sorprendían entre sí, pues hacer esa
pregunta en medio de una multitud que estruja y corta el paso, es algo para
ellos sin sentido, pero no para Jesús, quien quería que esta mujer entendiera
que su salvación venia solamente de él, no de un manto, no de sus obras, solo
de su gracia y amor.
La mujer, al verse descubierta, temblando de miedo le
confiesa a Jesús cómo y por qué le había tocado y él le responde las palabras más
hermosas que todos anhelamos escuchar: ¡Hija, tu fe te ha sanado! Vete en paz y
queda sana de tu aflicción. Y es que Jesús no solamente le había quitado ese
azote que había estado acabando con su vida por 12 años, sino que había hecho pública
su sanidad, ya no volvería a ser más la mujer inmunda; y lo más precioso, el
regalo más grande que pudo haberle dado, fue llamarle hija y cambiar su vida
para siempre, regalándole la eternidad.
Ahora entiendo cuál era el punto de partida y el final
de este mensaje, ahora puedo comprender este hermoso cuadro, al ver la obra que
el Señor realiza en nosotros y como nos convence de nuestra inmundicia e
incapacidad para salvarnos, para que de esta manera pueda traernos a los brazos
de nuestro salvador y allí, ser restaurados, amados, limpiados y recibidos como
hijos.