“Traigo a la
memoria tu fe sincera, la cual animó primero a tu abuela Loida y a tu madre
Eunice, y ahora te anima a ti. De eso estoy convencido”
2 Timoteo
1:5
Que viene a tu mente cuando escuchas nombres como
Jocabed, Ana, María, Loida, Eunice?
A mi mente viene la imagen de piadosas mujeres
que le creyeron a Dios y vieron en su hogar el más maravilloso ministerio. Los
resultados de su labor fueron tan fértiles (no hablo de número de hijos) que
han impactado generaciones hasta nuestros días.
Estas mujeres y muchas más, son el testimonio de
Dios a nosotras, de la importancia y responsabilidad que tenemos en la
formación espiritual de nuestros hijos; y es que si bien es el varón del hogar
quien debe llevar la batuta en cuanto a la dirección y enseñanza espiritual, no
podemos negar que la influencia y tiempo que tiene una madre para compartir con
sus hijos es de vital importancia.
Si te detienes a pensar un poco en las enseñanzas
que te han permitido ser quien eres, sin duda allí estará tu madre, fue ella
quien con amor y cuidado te enseño a caminar, a pronunciar tus primeras
palabras, a hacer tu cama, a preparar tu cereal, te enseño a cumplir con tus
deberes, e incluso es quien hoy te enseña a cuidar de tu hogar y de tus hijos.
De manera que el papel de una madre en el hogar
no puede subestimarse, pues es una tarea que no solo influencia a sus hijos
sino a sus generaciones. Bien decía el poeta norteamericano William Ross
Wallace: “la mano que mece la cuna es la mano que gobierna el mundo” pues la
influencia o la ausencia de una madre en la crianza de un hijo es algo que
indiscutiblemente tendrá una fuerte influencia en dicha persona.
La
vida de muchos grandes varones de la escritura y muchos grandes hombres de la
historia de la iglesia ha estado precedida de una madre piadosa que realizo su
papel no buscando lo suyo propio, sino buscando la gloria de Dios.
Que
hubiese sido de Moisés sin una madre que providencialmente le cuidara y le
hablara de su verdadero origen, de su pueblo, de su historia. Quien sino ella
para enseñarle quien era el Dios verdadero. Jocabed tuvo poco tiempo consigo a
su pequeño Moisés, pero sin duda hizo un gran trabajo, sembrando en su corazón
la semilla del evangelio.
Recordemos
ahora al profeta Samuel, hombre de Dios encargado de juzgar a su pueblo. Samuel
fue un ferviente deseo del corazón de Ana, su madre, quien se dedicó
enteramente a aprovechar cada uno de los días (que también fueron pocos) que
tuvo a Samuel consigo, ella le cuido, le amo y le instruyo, hasta que fue el
tiempo de llevarlo al templo para cumplir con su promesa ante Dios.
María
es otra de estas madres piadosas que hoy quiero recordar, joven e inexperta no
dudo ni un instante en obedecer la voz de Dios, sin importar las consecuencias
sociales, e inclusive sin importar que su vida estuviera en riesgo, sus
palabras para Dios fueron: “He aquí la sierva del Señor; hágase conmigo
conforme a tu palabra”. Lucas 1:38
María
tendría el más maravilloso de los regalos al ser la mujer escogida para traer
al mundo al hijo de Dios, pero este mismo regalo seria en algún momento tan
doloroso que atravesaría su corazón, ella sin embargo, glorifico a Dios
cuidando y amando a nuestro salvador.
Loida
y Eunice son dos mujeres que sin duda son mencionadas en la escritura ya que
nos muestran el impacto que tiene la enseñanza de una madre a sus hijos, Loida sembró
la semilla del evangelio en su hija Eunice y esta a su vez lo hizo en Timoteo,
Pablo rescata esta labor y la menciona en 2 de Timoteo 1:5, exaltando la labor
sabia y maternal de estas dos mujeres.
Así
mismo podría seguir mencionando muchas mujeres piadosas que vieron en su hogar
el más grande ministerio y que pusieron todo su empeño en servir allí con
excelencia, pero tristemente hoy debo acudir a ellas para señalar que hoy día
hemos confundido nuestro deseo de servir al Señor, con el de sobresalir y
buscar reconocimiento.
Muchas
mujeres están delegando el papel más importante de su vida, por correr tras
logros perecederos, y no me refiero únicamente a una mujer que prefiera su
desarrollo profesional por sobre el cuidado de su familia, sino que hablo de
aquellas mujeres que permeadas por el mundo descuidan su hogar corriendo tras
el vacío activismo de muchas iglesias de hoy en día.
Muchas
mujeres han seguido mordiendo la engañosa manzana de la liberación femenina,
volviendo a ser esclavas de una competencia sin sentido con los varones, dejando
atrás su diseño perfecto y glorioso, para jugar a ser como Dios, e inventar sus
propias reglas dentro y fuera de la iglesia.
La
gran mentira de satanás es hacernos creer que lo que Dios nos ha dado ha sido
poco y que escondió de nosotros aquello que realmente era valioso.
Por
eso muchas mujeres siguen buscando detrás de un ministerio o de un púlpito, el
reconocimiento o “trabajo” que creen, Dios les ha negado, cuando en su hogar
tienen la tierra más fértil en la cual sembrar la semilla del evangelio, El corazón
de sus hijos.